Tras el ¡clic!, audible en todo el Brazo de Sagitario, el firmamento entero se apagó. Casiopea, la hija menor del Coloso, rompió a llorar entonces y mamá tuvo que acogerla en su regazo para consolarla. Los gemelos Cástor y Pólux empezaron a gastarse bromas amparados por la oscuridad, riendo y gritando, ocultando de paso su propio miedo. Sólo Perseo, el mayor, mantenía una actitud adulta alumbrando con una linterna el trabajo de su padre, que en ese momento sujetaba con una mano uno de los cabos del cable recién cortado mientras que con la otra soltaba las tenazas y buscaba a tientas, con evidente prisa, el destornillador. «Alumbra aquí, hijo», pidió a Perseo señalándole la mesa, en la que había dispuesto un improvisado banco de trabajo. Sobre ella, junto al manual de instalación, aguardaba un dispositivo electrónico al que previamente había retirado la carcasa. «No llores, Casiopea, que ya mismo acabo», susurró a la pequeña intentando calmarse él también. Buscó la conexión de entrada del artefacto e introdujo en su orificio el extremo del cable que sostenía, atornillándolo luego con fuerza. A continuación agarró el otro cabo y repitió la operación en la conexión de salida, aunque con problemas, pues Cástor y Pólux seguían incordiando alrededor y el tornillito para fijarla se le cayó varias veces antes de lograr colocarlo en su sitio. Echó un vistazo final al circuito para asegurarse de que todo estaba en orden y colocó de nuevo la carcasa. Sólo entonces dijo a Perseo, cediéndole el honor, que podía accionar el interruptor. Fue papá el que alumbró esta vez con la linterna mientras su hijo empleaba todas sus fuerzas para cambiar la palanca de posición. Y fue ¡tonk! el sonido que ahora se escuchó en esa parte de la galaxia, marcando el inicio de algo nunca visto en ella. La primera luz que puso fin a aquella inmensa oscuridad fue la del gas interestelar y, con ella, la de todas las nebulosas que su vista alcanzaba. Se trataba de una luz tenue y lechosa cuyo inmediato efecto fue hacer callar a la pequeña y detener las travesuras de los gemelos. Permaneció, no obstante, encendida de forma fija más tiempo del esperado, un lapso que resultó interminable para el Coloso, más al ver que su mujer lo miraba con cara de «¿eso es todo?». Tampoco lo que vino después satisfizo expectativas, ya que cuando por fin se apagaron las nebulosas hubo de transcurrir otro puñado de segundos para que ocurriese algo, y fue que se encendió una parte del conjunto de estrellas. «Mirad, dijo el Coloso queriendo animar, son las estrellas enanas, en todos sus colores». Pero los gemelos, en particular, no parecían muy entusiasmados. «Esto va muy lento, papá», dijo Pólux actuando como portavoz de ambos. Tuvo que ser Perseo quien calmara la situación explicando que lo que estaban viendo era una “demo” y que lo mejor aún estaba por venir. Papá no sabía bien qué era eso, pero posó agradecido la mano en el hombro de su primogénito mientras miraba hacia el cielo. En efecto, tras apagarse las enanas, se encendieron las medianas que, a su vez, con la misma desesperante lentitud, dieron paso a las gigantes. Cuando estas últimas se apagaron, hubo otra pausa a la que puso fin un inesperado encendido total que sí asombró a todos. A partir de ahí se acabó la lentitud. La secuencia anterior se repitió, pero ahora de manera rítmica y acompasada. Luego vino una combinación distinta. Acto seguido, otra. Y así hasta 30 diferentes, de acuerdo con lo que ponía en la caja del aparato. Casiopea intentó coger una de aquellas luces con sus manecitas, pero su madre lo evitó a tiempo tirando de ella. El Coloso estaba realmente satisfecho. Observaba feliz la alegría de los suyos sin dejar de pensar, orgulloso, en que aquellas Navidades el Brazo de Sagitario sería la admiración de toda la Vía Láctea. Había empezado a recoger las herramientas y las iba colocando una a una en el lugar correspondiente de su apreciado maletín. Las tenazas, el destornillador, el pelacables, una llave especial sin la que no habría podido hacer nada. Era un set muy completo del que siempre echaba mano y que guardaba como oro en paño.
¡Uau! Me parece una genialidad colosal. De los que iluminan el alma al leerlos.
Un abrazo, Enrique. Feliz Noche de Reyes.
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Muchas gracias, Margarita. Mira que tienes arte para decir las cosas jajajaj. Ojalá el relato mereciera esas palabras. Quiero decir que ahora que está colgado pienso que con la mitad de palabras habría funcionado mejor. Feliz 2021 y un abrazo.
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