Tiempos vendrán en que las olas serán tan fuertes que esos diques improvisados no servirán para nada, y nuestro frágil mundo se irá al garete una vez más.
El aire de este noviembre me hiere al respirar y su luz me escuece en los ojos. Huyo del bullicio y del ruido sin darme cuenta, sin levantar la mirada y haciendo oídos sordos si alguien me llama, pero sin soltarte nunca de la mano. Estoy tan acostumbrado a tenerte junto a mí que a menudo ni soy consciente de ello. Solo cuando te alejas despierto a la realidad, y ocurre que, al verte venir luego entre la gente, tu figura menuda y tu pálida carita, como de niña, despiertan en mí sentimientos tan tiernos que a veces no reconozco como míos.
Porque recuerdo días en que habría vendido tu alma y la mía para poder salir de mi propia desesperación, y otros en que solo la compasión me permitió seguir queriéndote. Ni siquiera encuentro en mi memoria el momento en que decidí compartir mi vida contigo. Es como si tu persona hubiese estado siempre con la mía, a remolque de ella por las aceras, acompañándola en turbios y denigrantes tratos, o sentada a su lado en algún frío banco del parque. Y puede que a menudo la haya sentido tan como algo mío, que en aquellos momentos en que he aborrecido todo lo que soy, tú hayas sufrido de igual modo las consecuencias. Nada que yo jamás pueda compensarte.
En una ocasión, con esa candidez tuya tan graciosa, me preguntaste si los árboles del parque eran un bosque, y yo me reí con ganas, ignorando por completo, tonto de mí, la de veces que en él habríamos de perdernos. Y es que siempre hemos andado desorientados, por más que cada día nos guiara un solo objetivo. Observándolo con la perspectiva necesaria, diría que nuestro deambular ha ido dibujando con el tiempo un enorme mosaico de predecibles e invariables rutinas, de viñetas repetidas; un inmenso fractal de incontables y perfectas espirales girando sobre idénticos puntos fijos.
Todo ha sido degradación en nosotros de un tiempo a esta parte, y si algo de provecho hay que aún permanezca intacto, eso es sin duda tu lealtad, pura y brillante, sobreviviendo en nuestro lodazal diario como una cadena de oro hundida en el cieno. Poco más. Porque por lo que a mí respecta, si en alguna etapa de mi existencia apunté maneras, a partir de cierto momento difícil de precisar casi todas las escenas que recuerdo de ella me avergüenzan de una manera profunda. Quisiera haber merecido alguna vez esa incondicional entrega tuya, haber despertado aunque fuera por un breve instante de la ignorancia que me hacía sentir tu confiada mano como una prolongación de la mía; salir de la ceguera que me impedía ver que sin ti no habría podido seguir adelante.
Hoy, en cambio, me sorprendo vigilando tu espacio con celo y procurando que nada te falte, rodeándote con el brazo mientras tú te acurrucas en mi costado temblando y con las mangas hasta los puños. Ayer soñé que te llevaba hasta un hogar confortable. Era la noche más oscura que puedas imaginar, y yo conducía un coche destartalado y con un solo faro. Apenas se veía el camino, pero no podía dejar de acelerar porque el suelo se iba desmoronando a nuestro paso. El resto lo he olvidado, si no es aquella sensación de no haber visto nunca tantas curvas ni carretera más estrecha, ni precipicios más profundos…, de no haber sentido jamás tanto valor.
Este es el otoño más frío que recuerdo. Y esta la mañana más extraña. Hay algo de irreal en el trino desafinado de los mirlos, en el paso lento de la gente, en el ruido sordo de los coches, en tu rostro dormido color ceniza. Como tras un abracadabra, de repente veo todo claro; esa maquinaria que a diario nos aparta a un lado, como desecho, parece funcionar hoy a modo de pruebas, mostrando las cuerdas de su tramoya, el apuntador camuflado, la chica desnuda, el truco del mago. Y agarro entonces tus heladas mejillas y te grito que despiertes, que han derribado todas las puertas, y al fin podremos volver a casa. ¡Vamos, mi dulce y bella princesa! ¡Es ahora o nunca! Solo tienes que agarrar mi mano y correr. A través del bosque. Bajo el gélido cielo. Sobre las olas. Hasta no poder más.