Sentados sobre una roca, a la sombra de un pino, Marta y Nono parecen haber perdido la armonía de otras tardes. Ríen a destiempo y se atropellan al hablar, quedándose luego mirando en silencio los corchos de sus cañas flotar en el agua.
Ella acaba hoy sus vacaciones y mañana volverá a la ciudad. Allí se encontrará con sus amigos de siempre. Con su novio. Y poco después emprenderá los estudios de derecho y las practicas en el bufete de papá. Él en cambio seguirá allí, en el pueblo, trabajando en la lonja del puerto y en el bar de su tío; haciéndose cargo de sus padres y hermanos.
Un buque de carga avanza perezoso por la bruma del horizonte. Nono imagina que es el cursor de una cremallera que pudiera abrir mar y cielo, mostrando más allá una isla ignota en la que naufragar juntos. Marta mira también pensativa hacia el inmenso y profundo azul. Aunque su mente poco a poco regresa con el oleaje hasta la orilla.
«Dime que retomarás los estudios en cuanto puedas», le dice de repente. Nono la mira entonces con el aliento contenido. Quizá no vuelva a verla jamás. Suficiente razón para no hablarle de la magnitud de su amor por ella; para no preguntarle en qué medida es correspondido. Podría ser como talar ese hermoso árbol que los cobija con la sola intención de saber su edad.
«Lo haré», acaba diciéndole con la mayor sinceridad que le es posible. Porque Nono, a decir verdad, nunca ha dejado de estudiar.